viernes, 3 de noviembre de 2017
Calaverita
Calaverita.
Estaba Héctor sentado escribiendo su relato,
uno de tantos que hace, pero está solo era para pasar el rato.
Se trataba de espantos y lo presumía por todos lados.
Un día la calaca huesuda escuchó sobre su obra de terror.
Así que ir a visitarlo decidió.
Poco después lo citó en el panteón,
era de noche, la luna ya salió,
lo que la huesuda quería era darle un susto que le sacarle el corazón.
Cuando Héctor llegó la huesuda salió,
le dijo ve a ver a tu mujer que está a punto de tener a un bebé varón,
Héctor, un susto pegó por eso decidió enterrarse en el panteón.
¿Quieres publicar tu relato? Mándalo a la siguiente dirección: halmanza2521.relatos_de_terror@blogger.com literaturaterror@groups.facebook.com RELATOS DE TERROR Y SUSPENSO Todos los derechos reservados Héctor Almanza Chávez ©
viernes, 15 de septiembre de 2017
Relato 13 - Encuéntrame en el bosque 2 de 2
Encuéntrame en el bosque - Segunda parte
No
se dio cuenta cuándo se había dormido. Pero sentía un dolor punzante en la
parte trasera de la cabeza. Lo último que recordaba eran los rostros demacrados
y mortuorios de Adrián e Ivette. ¿Qué les había pasado? Despertó mediante una
pesadilla que aún tenía tan fresca en la mente como el sudor que le lamía la
cara.
—Despierta —escuchó la voz de Manuel hablándole,
murmurante, al oído.
Agitada, Sonia se despertó en medio de su
confusión. Había sentido aquella pesadilla de una forma tan real. No recordaba
cuándo se había quedado dormida. Sólo recordaba todo el sueño con plenitud,
pero nunca cuándo se había quedado dormida. Por el dolor que tenía en la cabeza
podía pensar que aquello no había sido un sueño, pero las condiciones en las
que se encontraba le decían que sí.
Vio sonriente a Manuel abriendo la cremallera
de la casa de campaña.
— ¿Qué ocurre? —preguntó somnolienta. El ver a
Manuel sonriendo le calmó un poco.
—Oye —pegó su oído a la salida de la casa de
campaña como si quisiera escuchar algo del exterior; sonrió—, es Adrián e
Ivette.
Sonia aguzó el oído. Lo que se alcanzaba a
escuchar, en conjunto, eran los gemidos de Adrián e Ivette copulando en la casa
de campaña contigua. Sonia miró con incomodidad, mientras Manuel sólo meneaba
la cabeza y se reía. Le ganaba la risa como un adolescente divirtiéndose de
algo sin sentido.
Manuel y Sonia se sentaron, el uno frente al
otro, esperando que los sonidos no tan inspiradores los dejaran seguir con su
sueño. A menudo se movían incómodos en su lugar y se les escapaba una sonrisa
al pensar o imaginarse, si quiera, lo que estaba sucediendo en la casa de
campaña vecina.
—Tenemos dos cosas por hacer —dijo Manuel—;
relajarnos, o ponernos a hacer lo mismo.
Ambos sonrieron. No era, ni por asomo, un lugar
que les alentara a tener algún tipo de contacto. Las condiciones no eran las
apropiadas, además que ninguno de los dos les gustaba la idea de exhibirse de
esa manera.
Se aguantaron el bochorno unos cuantos minutos,
hasta que un fuerte gemido, por parte de Adrián e Ivette, dio por terminado el
acto.
Pasaron sólo unos cuantos segundos antes de que
se escuchara un golpe seco acompañado por un gruñido, y, en seguida, un alarido
débil de mujer, como si quien lo estuviera profiriendo se le estuviera obstruyendo
la garganta con algo. Sonia frunció el gesto.
— ¿Qué ha sido eso? —preguntó alertada.
—No lo sé.
Manuel se levantó a prisa. Se puso los tenis y
abrió la cremallera de la casa de campaña.
Sonia se apresuró a él para tomarlo por el
brazo.
—No, aguarda —lo detuvo tratando de discernir
lo que estaba ocurriendo afuera.
Los dos se miraron de hito a hito. Los ruidos
parecían los dos un animal desgarrando carne. El sonido era el de una
respiración agitada, hambrienta.
Manuel levantó la mirada hacia los ojos de
Sonia en busca de respuestas. Ella meneó la cabeza con exagerada desesperación
al ver que Manuel tenía la intención de salir de la casa de campaña.
—Déjame ir a ver qué es lo que pasa —dijo en
voz baja.
Sonia torció el gesto y lo vio salir. Ella
también se asomó pero, debido a la espesa niebla, no pudo seguirlo con la
mirada más allá de unos cuantos metros.
Sonia sintió un vuelco en el estómago y en todo
el cuerpo al ver una sombra que llevaba arrastrando algo en dirección al
bosque. Inesperadamente vio venir otra sombra hacia ella. Del miedo, se metió
gateando hacia el fondo de la casa de campaña.
Por la forma en que se estaban dando las cosas,
esperaba todo menos que Manuel fuera el que entrara, agitado y con manchas de
sangre en parte de la cara y los brazos.
—Rápido, tenemos que movernos de aquí. Algo
atacó a Adrián y a Ivette.
Rápidamente el sentido de supervivencia en
Sonia se activó. Tomó de la mano a Manuel, quien ya tenía medio cuerpo en el
exterior. Inmediatamente sintió un golpe de aire frío en la cara y las ganas de
correr.
Giró a su izquierda al escuchar un leve
quejido.
Se detuvo en seco.
Miró detenidamente la mancha de sangre que se
extendía en una línea curveada hasta el bosque y terminaba en un bulto que iba
reptando halado por algo que no se alcanzaba a discernir en la oscuridad.
Sorprendida, sólo pudo seguir el sonido de aquel agonizante quejido. Manuel la
siguió.
Sonia hizo caso omiso. Estaba segura
de haber escuchado algo entre las telas de la casa de campaña.
Oyó un jadeo detrás de ella. Palpó a ciegas la
mano de Manuel.
Unos metros más adelante observó un movimiento
que la hizo detenerse en seco.
—Ahí —murmuró hablándole a Manuel.
Manuel también vio un movimiento entre la tela
seguido de una sacudida que los hizo retroceder pensando que pudiera ser un
animal, el mismo que atacara a Ivette y a Adrián. Se apretaron fuertemente las
manos. Manuel se aproximó a la tela y la tomó con una mano. Mantuvo siempre las
piernas en posición de alerta, para poder correr si se necesitaba. Jaló
fuertemente la tela hacia un costado y su sorpresa se hizo evidente con un
respiro fuerte y pronunciado.
El cuerpo se encontraba tumbado boca abajo. La
sangre le manchaba los brazos y parte de la cara.
Sonia vio a Ivette extender su mano, como
pidiendo ayuda.
Manuel se acercó rápidamente hacia ella,
impulsado por ver así a su amiga.
—Ivette, ¿qué ocurrió? —preguntó Manuel.
Sonia se encontraba tapándose la boca con las
manos, como si su alma se fuera a escapar mediante un suspiro. No pudo evitar
mirar las piernas de Ivette, las cuales se encontraban manchadas de sangre.
Parecía que algo, después de haberle hecho los rasguños, la hubiese intentado
jalar e Ivette se hubiera resistido, provocando que lo que la sostuviera le
rasgara las piernas desde los muslos hasta las rodillas.
Sonia, por medio de su trabajo, había visto
muchas heridas, pero ninguna como esa. Los rasguños en sus piernas no eran algo
superficial. Parecían haberse causado por algo grande; desgarraban la piel de
una forma tan grotesca que se le revolvió el estómago.
Ivette apenas si podía articular palabra.
—No pude ver nada —dijo con voz trémula—, sentí
que algo me tomaba de las piernas. Adrián alcanzo a reaccionar a tiempo para
detenerme con las manos. Pero eso que me sostenía tenía una fuerza descomunal
—comenzó a chillar de dolor—. Lo último que vi fue su cuerpo tumbado en el
suelo por un golpe que le dieron, y después su cuerpo fue arrastrado hacia
afuera.
— ¡Santo cielo! —dijo Sonia asombrada.
—Su cara estaba desgarrada —añadió Ivette—,
posiblemente ya se encontraba muerto.
Manuel llamó a Sonia con un movimiento de manos,
invitándola a que se acercara para ayudar a mover a Ivette.
Con mucho cuidado, ambos la giraron. El dolor
en el rostro de Ivette era evidente, y, por eso mismo, trataron de ser lo más
cuidadosos posibles.
Manuel se enderezó y dio unos pasos hacia un
costado. Parecía tener la intención de dirigirse hacia el bosque.
— ¡Aguarda! —le suplicó Sonia.
—Tengo que ir a buscar ayuda —aseveró—. Si nos
quedamos aquí, terminarán con nosotros también. Cuida a Ivette.
Se soltó de la mano de Sonia y camino sin
detenerse, hacia el lago.
Sonia lo vio retirarse en medio de la
oscuridad. Giró la cabeza para dirigirse a Ivette. La vio vulnerable, con un
dolor lacerante que le hacía compadecerse de ella, aún y con todas las
diferencias que existían entre ellas.
Primero se dirigió hacia la casa de campaña que
ocupaba con Manuel. Sacó unas prendas de vestir de su mochila y las llevo
consigo.
El frío que se sentía era extremo. Su piel le
insinuaba que la temperatura era baja, posiblemente cerca de los cero grados
centígrados. Le puso un suéter a Ivette sobre el pecho, mientras ella se ponía
en cuclillas a sus pies.
Las heridas de Ivette eran profundas. Se notaba
la carne dividida en sus piernas y el dolor le hacía estar casi siempre con los
ojos cerrados.
Sonia trató de mantenerla tranquila y darle
motivos para que siguiera despierta, pero de un momento a otro Ivette comenzó a
dormirse. Al parecer el dolor y el frío la habían dominado por completo y la
habían hecho sumirse en su sueño.
Sonia no quería que esto sucediera. Pero, a pesar
de que le había dado unas palmadas en las mejillas, no consiguió que Ivette
permaneciera despierta.
Al ver que se
dormía y que respiraba rítmicamente, se levantó y fue por una lámpara
para ponerla cerca de Ivette. Aprovechó para echar un vistazo a ver si todavía
veía a Manuel caminado por ahí. Pero no consiguió ver nada. El panorama estaba
totalmente de un negro azulado que rompía con la luz blanquecina proyectada por
la luna. Terminó suspirando de frío y desconsolación. Ahora se encontraba sola,
en medio del bosque, con Ivette. Y aunque fuese la peor compañía que podría
querer, tenía que cuidarla hasta que regresara Manuel con ayuda.
Manuel
se distrajo de su camino por un movimiento entre unos arbustos que estaban al
comienzo del los árboles que definían la planicie donde se encontraba. Había
sido un movimiento agresivo. Posiblemente un animal. En su interior todavía
llevaba una creciente mezcla de ira y miedo por no saber dónde estaba Adrián;
su mejor amigo.
Dio vuelta para ver qué era lo que estaba ahí,
entre los arbustos. No alcanzó a ver nada, más que una sombra envarada en la
oscuridad profunda que descansaba en el interior del bosque.
Apretó los puños y se fue acercando,
cautelosamente. A pesar del frío, sentía la sangre hirviéndole en las venas.
Desde su interior manaba un calor que podía sentirlo en las mejillas a medida
que iba avanzando. Estaba cegado por el sentimiento de ira.
Tan pronto se acercó, vio a un animal,
posiblemente un perro o un lobo, desbaratando un gran trozo de carne.
—Maldito animal —gruñó.
El animal lo vio, levantó la mirada muy
despacio para después retirarse lentamente sin quitarle la mirada de encima.
Parecía como si el animal lo estuviera llamando con la mirada, retándolo.
Manuel no supo bien qué había ocurrido, pero le
pareció observar una leve sonrisa en las fauces del animal. Se le quedó
mirando, contemplándolo como si se tratara de un espectro o algo fantasmal. Dio
unos cuantos pasos cautelosos para seguirlo y adentrarse en el bosque.
Algo extraño le erizó la piel; cuando su cuerpo
fue engullido por la oscuridad sintió como si un viento le hubiera rozado la
nuca y, como si algo, muy delicadamente, le hubiera tocado la mano. Se sintió
raro y pensó en retroceder. Entonces, el animal, que iba cuidándolo a tan sólo unos
pasos de él, giró su cabeza y lo vio y, como si no hubiera visto nada, regresó
la mirada al frente. La oscuridad parecía estar cargada de un aire denso,
pesado.
A lo lejos se veía cómo pequeñas luces se iban
formando, como si fueran luciérnagas, moteando la oscuridad con una débil luz.
Muchas de estas luces atiborraban un espacio en especial, pero era como si
estuvieran formando algo. Ante los ojos de Manuel se estaba formando algo
informe.
Al parecer las luces se tomaban su tiempo.
Manuel quedó sorprendido al ver que algunas
luces se estaban agrupando alrededor de su mano. Esto lo hizo sacudirse y ver
que no era sólo en su mano, sino que en varias partes de su cabeza, pecho y
brazos. Al contacto, sintió un escozor en los brazos. Se sacudió rápidamente
con el otro brazo con el miedo a saber qué eran esas cosas luminiscentes.
Cuando reabrió los ojos estaban en todas partes, parecía un panal de abejas
alebrestado, enfurecido. Se golpeó las manos con fuerza para disipar las luces.
Al conseguirlo, retrocedió un poco y se descubrió, con asombro, que las partes
donde se le habían detenido aquellas luces presentaban una especie de
quemadura. Su piel estaba quemada y, de algunas partes, sangraba. Retrocedió
otro poco sin ver lo que estaba atrás de él. Era una sombra que pasó por su
costado y continuó pasando hasta ponerse de frente a él.
Manuel lo contempló todo. Había visto que la
sombra se había acoplado entre el panal de luces y él. Entonces las luces
comenzaron a posarse en la sombra para que ésta, a su vez, comenzara a vibrar
de forma que las luces comenzaron a soltar una especie de cristal que caía al
piso, directamente del cuerpo ahora uniforme de lo que antes había sido la
sombra.
Aquello había quedado en una silueta, que se
movía como si apenas comenzara a descubrir sus movimientos. Cuando todo se
calmó, la oscuridad apenas dejó que Manuel discerniera que se trataba de una mujer,
más bien una adolescente de pies descalzos y manchados de tierra y sangre.
Vestía una falda hasta las rodillas. Sus piernas no tiritaban con el fuerte
frío que se postraba en aquel lugar. Estaban completamente firmes y mugrientas.
Su vestimenta estaba igual, parecía como si aquella joven hubiera sido
arrastrada por la tierra sin ningún tipo de compasión. Manuel contempló con
asombro aquella joven que vestía con una blusa blanca con manchas de tierra por
todos lados.
Lo más inquietante era su mirada. Sus ojos
estaban extraviados en la oscuridad de unas cuencas deshabitadas y
completamente oscuras. Era una mirada vacía, sin gesto alguno, desprovista de
toda visión, y lejana siempre como el horizonte.
En sus ojos no había nada, simplemente oscuridad,
hasta que, de repente, las comisuras de sus labios se comenzaron a arquear en
una sonrisa grotesca, de encías negras y dientes amarillentos. El cabello le
caía en los hombros en finos hilos mojados de un negro opaco, igual de profundo
que el negro de sus ojos. Una mancha oscilante comenzó a moverse desde el
interior de sus ojos hasta sobreponerse enfrente de cada cuenca.
Manuel estaba paralizado. La presencia de aquel
espectro le había puesto los nervios tan tensos que le era imposible quitarse
la impresión de su presencia. Hasta el sentimiento de ira se había evaporado,
hasta sus ganas de encontrar a Adrián habían desaparecido. Tenía ganas de salir
huyendo. Pero, extrañamente, o posiblemente como reflejo a su miedo, no podía
hacerse con el movimiento de sus extremidades inferiores.
Aquella mujer, de imagen fantasmal, lo miraba
detenidamente a los ojos haciendo que su miedo se incrementara aún más. De
pronto, observó que aquella mujer se iba acercando. No caminaba.
— ¡Demonios!— dijo conmocionado al ver que sus
piernas y pies no se movían, simplemente parecía deslizarse sobre una banda
eléctrica.
Al llegar a él, todo parecía oscuro, sumido en
otro mundo. Un mundo paralelo que sólo puede ser producido por el contacto con
algo fuera de este mundo material. Manuel sintió sus dedos fríos al momento en
que ella aproximó su mano y le tocó la mejilla, como si se tratara de una
amante que aguardaba la tan anhelada llegada de su amado. Al hacer esto, la
sangre de Manuel se heló como nunca. Quedó con la boca abierta, cual victima
pidiendo piedad y con las manos temblorosas a sus costados. El vaho que emergió
de su boca sólo significó una cosa. Su muerte.
Su inminente muerte.
Sonia
sintió una opresión en el pecho. Como si alguien la hubiera apretado justamente
en medio de su pecho y le hubiera sacado algo del interior. Se tapó la boca
para ahogar un alarido. Pero su pecho se contrajo nuevamente con un jaloneo que
se le extendió hasta el estómago. Inevitablemente comenzó a llorar.
Ivette, a su lado, comenzó a delirar. A pesar
del frío, estaba sudando, como si hiciera un calor terrible.
—Ahí viene —decía entre sueños.
Sonia le prestó atención. Le tomó una mano.
— ¿De qué hablas? —le preguntó más por la
necesidad de hablar con alguien que por querer reanimarla.
Ivette giraba la cabeza de un lado para otro como
buscando algo con los ojos cerrados.
— ¡Ahí viene! —decía Ivette con gesto
abrumado—. Está muy cerca.
Las gotas de sudor en el rostro de Ivette se
hacían visibles aun y con la luz mortecina de la lámpara era débil.
Sonia giró la cabeza. Estaba segura que había
escuchado algo atrás de ella.
No vio nada. Por un instante pensó en que
Manuel habría regresado. Pero no fue así. Algo en el interior le decía que esa
opresión que había sentido tenía que ver con una corazonada; una muy mala
corazonada y que posiblemente era referente a Manuel. Sintió su saliva agria y
con un leve sabor acre, como cuando sangran las encías.
La respiración de Ivette se comenzó a
precipitar.
—¡Ya está aquí! —dijo con voz trémula.
—¿De qué hablas, mujer?
—Tú sabes de quién hablo —aseguró Ivette
abriendo levemente los ojos—. La mujer que te llevó, en sueños, al bosque.
¿Cómo podría haber sabido eso? Sonia nunca dijo
nada a nadie sobre el mal sueño que había tenido. Incluso no le dio tiempo
siquiera de conversar de ello con Manuel, mucho menos con Adrián e Ivette.
— ¿Cómo sabes eso? —la miró extrañada.
Una agitación le vino a Ivette mientras trataba
de articular algo. Sus ojos se iban desvaneciendo, dándole la apariencia de
estar sumiéndose en un sueño.
Sonia se apresuró a tomarle la cabeza antes que
se golpeara con algo en el piso. Le dio unas cuantas palmadas en la mejilla
para tratar de evitar que Ivette se durmiera.
—¡No, por favor! No te duermas. Pronto vendrá
Manuel con ayuda y podremos salir de aquí.
Ivette, exhausta, abrió la boca:
—Ahora estas sola en esto.
Poco a poco se fue desvaneciendo. Las fuerzas
se le fueron de la misma forma en que la vida se le escapaba.
Sonia al ver que su pecho ni siquiera se movía,
se soltó a llorar. Se mordió los labios de la desesperación y pegó la cabeza
del cadáver de Ivette a su pecho. Se balanceó como una loca sufriendo por no
poder salir del manicomio.
Fue en ese momento cuando un grito derrumbó la
quietud del bosque. Había sido un grito doliente, de esos que desgarran la
garganta al ser emitidos.
Sonia se puso de pie y giro con vista al
bosque. A su izquierda se encontraba el cadáver inerte de Ivette. Lo miró por
última vez y caminó hacia el bosque con un gesto de preocupación en el rostro.
La única persona que pudo haber emitido ese
sonoro grito, y que estaba cerca del lugar, era Manuel.
Cuando se dio cuenta ya estaba corriendo hacia
el bosque, dando zancadas largas para aproximarse lo más pronto posible adonde
se había escuchado el grito.
Al entrar al bosque detuvo su carrera. Sentía
como si alguien la estuviera viendo. De cierta forma tenía la sensación que de
cada uno de los árboles la estuvieran observando.
La duda se había adueñado de ella. Detuvo la
mirada en unos pies que se perdían en la oscuridad, induciéndose en el bosque,
engullidos por la oscuridad. Tuvo ganas de gritarle a aquello que se movía
entre los árboles, pero reparó en que aquella visión ya la había tenido.
Rememoró que se parecía mucho a lo que había soñado esa misma noche.
Al parecer la joven de pies descalzos no se
había percatado de su presencia. Trató de seguirla y mantener la calma ante el
sentimiento natural de miedo que sentía.
Acopió toda su voluntad y la siguió a paso
lento. El crujir de las hojas y las ramas era un sonido hueco, apenas audible,
pero que a Sonia le era un distractor.
Fueron varios minutos los que Sonia siguió
silenciosamente a aquella joven.
Llegó un momento en que Sonia desvió la mirada
hacia el bosque. Posiblemente se habían adentrado en el bosque cerca de
quinientos metros, o quizá un poco más. La luz de la luna apenas si perforaba
entre la espesa capa de hojas de los pinos. Así que la visibilidad era mínima.
Hasta ese momento reparó en el por qué estaba siguiendo aquella joven. Le entró
una sensación de miedo y pensó en regresar. Pero cuando estaba por hacerlo, una
voz, al parecer desde el interior de su mente, distrajo sus pensamientos-
«—No te vayas. Estoy cerca.»
La voz sibilante le hizo que un escalofrío le
recorriera por completo la espalda. Había sido la peor sensación de miedo que
había experimentado en su vida. Lentamente regresó la mirada y precisó que la
joven la estaba observando, llamándola con la mano.
La joven regresó la mirada al frente y volvió a
avanzar.
Como si fuera un imán, Sonia comenzó a avanzar
siguiendo a la joven. Estaba segura que la voz había surgido en su cabeza y no
en el exterior. Estaba angustiada, titiritaba de frío, estaba con el miedo a
flor de piel, pero era mayor su curiosidad.
Se acercaron a un montículo que sobresalía de
la planicie, ahí fue donde la joven se detuvo. Sonia avanzó unos cuantos pasos.
La joven se encorvó y comenzó a temblar,
dándole la espalda a Sonia.
Sonia retrocedió.
Una luz comenzó a brillar en la espalda de la
joven. Una luz muy débil. Amarillenta.
Posteriormente, la luz, cual si fuese un pedazo
de piel muerta, cayó al suelo terroso y desprovisto de vegetación. El pedazo
luminiscente comenzó a desenvolverse como si fuese un capullo. En su interior
se estaba moviendo algo, algo igualmente luminiscente. Y, a continuación,
cayeron miles de luces encima de la primera. Extrañamente el cuerpo de la
joven, a la par de la caída de las luces, iba desintegrándose. Aquello le hizo
retroceder a Sonia.
Algo bajo sus pies se estaba moviendo. Sonia se
hizo a un lado.
La tierra se estaba abriendo a medida que las
luces caían al suelo. Lo que se encontraba dentro de los pedazos luminiscentes
comenzó a salir. Lo que alcanzó a percibir que salía del interior de las luces
fueron pequeñas formas, como insectos con alas que salían y aleteaban como si
fueran moscas. Al momento que estos insectos luminiscentes salían, la corteza
muerta iba perdiendo luminosidad y se iba desintegrando e incorporándose en la
tierra de aquel prominente montículo, que no cesaba de moverse y abrirse.
El montículo comenzó a revelar su interior. Se
trataba de una bolsa oscura de plástico.
Cuando
el montículo se abrió por completo, la joven desapareció.
Sonia miró a su alrededor. Estaba completamente
sola.
El bulto era de gran tamaño, aunque escuálido a
la vez.
Sonia ya sabía de lo que se trataba. Por la
complexión y longitud de la bolsa y como estaba predispuesta, sabía que se
trataba de un cadáver. Se espantó de sobre manera al contemplar lo que estaba
enfrente de ella. Observó que una pequeña abertura, en un costado del bulto,
dejaba ver un pedazo de tela que envolvía una mano cuajada en sangre. En ese
momento le llegó el pestilente hedor del cuerpo en estado de descomposición.
Se tapó la nariz y la boca. Pero aún así
percibía el olor a carne podría y sangre descompuesta.
Sonia cayó de espaldas ante la impresión. La
caída le hizo mirar hacia arriba, hacia la copa de los árboles, y ver cuatro
pies descalzos que estaban suspendidos y goteaban sangre cerca de donde ella
estaba. Sonia reptó hasta el pino más cercano para sujetarse de él con todas
sus fuerzas.
Observó el gotear de la sangre al chocar contra
el piso. La sangre estaba fresca.
Se armó de valor para girar de nuevo hacia
donde se encontraban los dos pares de pies suspendidos. Recordó la parte de su
sueño en que ella miraba a los cadáveres de Adrián e Ivette, y supo qué esperar.
Pero, para su sorpresa, el cadáver de Adrián era el único que coincidía con su
sueño. El otro estaba todo desfigurado y morado de la cara, pero reconocía las
ropas que portaba.
Era Manuel.
Sintió la misma opresión en el pecho que había
sentido minutos antes. Ahora sabía la razón por el cual se había sentido así.
Lloró abrazada al tronco del árbol.
— ¡Primero me pides que te encuentre! ¿Y
terminas asesinando a mi pareja? —lloraba desconsolada sin saber a qué o a
quién le reclamaba.
Se sumió en su llanto, recargada en el tronco
de aquel pino.
«—Yo no lo asesiné —dijo una voz susurrante—.
Fue la mujer de la magia. La misma que me hizo como ahora soy.»
La voz la despertó, la sorprendió tanto que se
levantó de golpe. Había ocurrido de la misma forma; la voz había emergido del
interior de su cabeza. Pero sabía que no era una voz interna, era de alguien
más.
— ¿Qué te hicieron? —preguntó casi sin querer
hacerlo.
Se sintió estúpida por hablar con una voz que
escuchaba en su mente.
«—Abre la bolsa que está en interior de aquel
agujero.»
Sonia se sorprendió. Sentía que ya habían sido
demasiadas impresiones fuertes como para poder ahora contemplar en nauseabundo
cadáver de una joven. Pero, de todas maneras se acercó. Siempre la curiosidad
le ganaba. Fuese en la condición que fuese, siempre le ganaba la curiosidad. Se
hinco en la orilla del agujero y se fue acercando lentamente. La mano le
temblaba ante la inminente escena que estaría a punto de presenciar. Al tocar
la bolsa, reculó un poco. Entonces se apoyó con las dos manos. Respiró hondo y
comenzó a abrir las orillas de la bolsa. La mano que se desvelaba se encontraba
con varios moretones y anchas de sangre seca. Conforme iba retirando la bolsa
del cuerpo, alcanzó a ver que la ropa correspondía a la misma joven que había
visto momentos antes y en su sueño. El olor era insoportable.
Continuó tirando de la bolsa. Al pasar por el
cuello vislumbro que había una marca morada de una mano alrededor del mismo.
Siguió recorriendo la bolsa y observó la piel pálida del rostro. La boca
abierta. En el interior de la boca había una piedra que apenas se alcanzaba a
ver. La boca estaba salpicada de sangre seca. La nariz estaba completamente
desviada, parecía haber sido golpeada hasta el cansancio. Pero lo más
inquietante… lo más inquietante eran las cuencas vacías de los ojos. Se los
habían desprendido dejando el hueco completamente vacío. Incluso los párpados
habían sido retirados de la piel, como si se los hubieran arrancado. La sangre
cercaba las cuencas como una mancha que se combinaba con la profunda oscuridad
del interior haciendo que la expresión del cadáver fuera completamente
espantosa.
De un salto Sonia retrocedió, tapándose la
boca. No aguanto más el asco y se refugió en el tronco de un árbol para
vomitar. Se le dificultaba respirar. Sentía como si algo estuviese atorado en
su garganta. Sintió mareos y el olor acariciando sus fosas nasales.
«—Ella te hace esto y después te mata. Es parte
de un ritual. Lo mismo le hizo a tus amigos.»
Sonia estaba recuperando el aliento. Tosía para
sacarse el mal sabor de su garganta. Giró la mirada y alcanzó a ver los ojos
penumbrosos de Manuel y Adrián. Les habían sacado los ojos y dejado una fosa
ocular deshabita.
Sonia sintió que alguien la tomaba por la
espalda. Trató de forcejear. Notó que las manos que la aprisionaban no tenían
la fuerza perteneciente a la de un hombre o de una persona con la masa muscular
superior a la de ella. Pudo ver los brazos de su agresor y pudo ver que no eran
más gruesos que los de ella. Giro de golpe y miro que la que la sostenía era
una anciana arrugada, de brazos escuálidos y pómulos pronunciados. Sus ojos
pronunciaban su longeva senectud. Sonia se sacudió.
«—Es ella »—le decía la misma voz de la joven.
Un foco de alerta se encendió en su interior.
Se puso de frente a ella y trató de empujarla. La anciana se resistió. Pero
Sonia puso distancia entre ellas.
La anciana iba vestida con unos trapos raídos y
mugrientos. En su mano izquierda portaba una un bastón, que más que ser su
apoyo en ese momento le sirvió de arma. Lo agarró con fuerza y lo dejó ir
contra la cara de Sonia. El rostro de Sonia se contorsionó en una mueca de
dolor. De la comisura de sus labios comenzó a correr sangre. La sangre le supo
a azufre en combinación con el sabor de su propia bilis. Se reincorporo y vio
que la anciana estaba casi encima de ella. Comenzó a reptar en dirección
contraria.
«— ¡Corre o te hará lo mismo!» —retumbó la voz
fantasmal de la joven en su cabeza.
Sonia hizo el intento por levantarse, pero
recibió un fuerte golpe con el bastón en el tobillo. Sonia cayó al piso y trató
de huir reptando. La anciana estaba a pocos palmos de ella y reía con alevosía
y sorna.
—No hay escapatoria, niña —advirtió la anciana
mientras caminaba.
Sonia reptó de espaldas tentando el piso y
poder encontrar un tronco o una piedra con qué defenderse. Pero en su lugar
encontró un pedazo de tela que envolvía algo más grande de una roca. Inmediatamente
identificó qué era.
A su alrededor se encontraban cuerpos
enterrados de cuello hacia abajo. En la superficie sólo sobresalían las
cabezas, las cuales estaban envueltas con una bolsa de tela color blanco.
Sonia sintió que se le comprimía todo el
cuerpo. La piel se le erizó.
«—Ellos son los dueños de los cuerpos que
rondan por este bosque. En ocasiones toman la forma que ellos quieran para
atemorizar a sus víctimas.» —le dijo la voz persistente y distractora de la
joven.
Sonia trató de levantarse, pero fracasó. Se
volvió a caer al sentir un fuerte dolor en el tobillo debido al golpe que había
recibido.
«—Sus espíritus vagan por el bosque en forma
lobos sedientos de sangre. Son ellos los que mataron a tus amigos y los
trajeron aquí como ofrenda para los rituales que realiza esa mujer.»
La anciana se le fue encima. La alcanzó a
detener por los hombros antes de que recibiera todo su peso estando tirada en
el suelo. La melena grisácea y maloliente de la anciana se zambullía como un
animal enfurecido. La anciana suelta su bastón. Cae a un costado de Sonia, la
cual observa que la anciana ahora está indefensa. Sonia imprime todas sus
fuerzas para tomar por la cara a la anciana, sumirle sus dedos en la piel
arrugada y aguardar el momento indicada para arrojarla a un costado. Sus
intentos son perpetrados. La anciana acopió todas sus fuerzas y mantuvo el
equilibrio para no caer al piso.
Sonia empujaba con todas sus fuerzas, pero la
anciana había reaccionado inesperadamente. Al parecer había adquirido una
fuerza inusual hasta ese momento.
La anciana sujetó del cuello a Sonia. Inclinaba
todo su peso en contra de ella. Empujaba como una desquiciada queriendo salir
de su encierro.
Las fuerzas de Sonia estaban cediendo. No tenía
mucha energía para seguir combatiéndola. Incluso la vista se le nublaba por
momentos y se sentía débil. En cualquier momento perdería el conocimiento. Lo
sabía. Tenía que hacer algo, y rápido. El aire pasaba dificultosamente por su
garganta haciendo mermar sus fuerzas rápidamente.
Comenzó a palpar a sus alrededores; sólo
encontraba tierra, nada de dónde sujetarse. Hasta que comenzó a tentar por
encima de su cabeza. A unos cuantos centímetros se encontraba una piedra
grande, la cual tomó, apretó fuerte en su mano y la estrelló fuertemente contra
la sien izquierda del cráneo de la anciana.
La anciana gruño y se tumbó a un costado,
aturdida y mareada.
Sonia aprovechó para levantarse y tomar el
bastón de la anciana y propinarle un fuerte golpe en la espalda. La anciana, a
gatas, miró enfurecida a Sonia, quien observó cómo los ojos de la anciana se
ponían completamente rojos, furibundos e inyectados de sangre.
La anciana extendió sus brazos. Sus largos y
retorcidos dedos parecían estar invocando algún tipo de conjuro. Podía ver cómo
las manos de la anciana se tensaban e imprimían fuerza. Todo se silenció
alrededor de Sonia. Fue como si de repente su cuerpo se hubiera aislado del resto
de su entorno y el aire actuara con una quietud inusual, estabilizadora,
petrificante.
Sonia quedó inmóvil. Su cuerpo se tensó
verticalmente y apenas, con muchos esfuerzos, conseguía mover las manos y los
pies. Fue hasta ese momento en que se dio cuenta que estaba suspendida en el
aire, encima de una marca rojiza luminiscente que destellaba fuertemente
alumbrando esa parte del bosque. Las cabezas de los cadáveres enterrados se
veían de color escarlata al reflejo de la luz rojiza.
Con dificultad, Sonia logró enderezar la
cabeza. Este punto de visión le permitió ver que donde estaba suspendida era
una estrella de cinco puntas, unidas por una sola línea. También se dibujaba un
contorno circular, ataviado con varios símbolos que en su vida había he visto.
La bruja sonrió burlonamente, con la cara
hinchada por el golpe propinado en la sien. La anciana se fue acercando y le
acarició la una mejilla.
—Todo hubiera sido tan sencillo y sin dolor
—comentó la anciana.
— ¡Quítame tus malditas manos de mí! —gritó
Sonia.
La anciana arqueó las cejas y se hizo para
atrás.
Sonia observó con atención que la anciana tenía
una cuchillo amarrado a la cintura con un lazo deshilachado. Guardó silencio y
dejó que se acercara.
—Las jóvenes como tú son tercas, curiosas. No
saben estar se quietas. Piensan que el mundo está hecho para ustedes. Pero no
es así —la miró furibunda—. Me has hecho pasar un mal rato —se rió—. Pero es
hora de completar todo. Contigo se completa el círculo y el número de almas
para este ritual.
Desvió la mirada y observo con atención los
cadáveres enterrados.
—Esa chica —señaló el orificio donde aguardaba
el cuerpo pestilente de la joven—, fue la primera. Se resistió, pataleó. Hizo
cuanto estuvo en sus manos, pero todo fue inútil. Hubieras visto sus ojos.
Implorando clemencia como un perro moribundo —dijo gruñendo—. Y ahora tú
—moderó el tono de voz—… Una joven que tendrá el mismo destino que todos estos
cincuenta cadáveres. Sólo que tu cuerpo coronará de aquel lado —apuntó a un
lugar a espaldas de Sonia—, este ritual.
La anciana se acercó lo suficiente a Sonia como
para que ésta dirigiera su mano al cuchillo que la anciana portaba en la
cintura.
Una sonrisa afloró en el rostro de Sonia. En el
rostro de la anciana afloró un gesto de duda.
Pero ya era demasiado tarde. El cuchillo se
había deslizado en la parte izquierda de su estómago haciendo que el dolor,
desde el interior, comenzara a fluir como un choque eléctrico.
En la conmoción de la anciana, la fuerza que mantenía
suspendida a Sonia, cedió. Sonia cayó al suelo con un fuerte dolor en todo el
cuerpo. Aturdida, y como pudo, se puso de pie, tratando de huir, pero escuchó
la voz ronca y ahogada de la anciana.
—No irás a ningún lado —gritó la anciana
propinándole otro golpe con el bastón en la cara.
Sonia cayó al suelo y sintió como si se le
hubiera roto algún hueso de la cara. Era insoportable.
La mujer comenzó a hablar de forma extraña. Era
una lengua que jamás había escuchado Sonia.
La anciana miraba a Sonia con odio y aceleraba
lo que estaba diciendo. Las copas de los árboles se comenzaron a mover por la
intranquilidad que de las aves que empezaban a moverse alertadas por lo que
estaba sucediendo. En el ambiente flotaba un aire espeso, parecía controlar la
movilidad de todo lo que estuviera a su alrededor. La estrella se volvió a
aparecer a los pies de Sonia. Entonces la anciana habló en un idioma
entendible.
—Es hora de volver a ser joven de nuevo.
Entonces toso tembló. Las aves que estaban en
los árboles salieron volando despavoridas. Todo adquirió un tono marrón oscuro.
En ese momento, Sonia contempló con asombro la
silueta del fantasma de la joven que la había atraído a ese lugar dibujándose
detrás de la anciana. Los ojos del espectro se iluminaron con una luz que venía
desde el interior. Bufando como un toro, el espíritu de la joven comenzó a
rodear el cuello de la anciana con fuerza. La anciana forcejeó, pero le fue inútil,
el espíritu tenía una fuerza descomunal, que le superaba con facilidad.
El cuello de la anciana fue lo primero que
cedió. Tronó con un sonido sumamente fuerte, inmediatamente el rostro de la
anciana fue desprovisto de cualquier gesto y su cabeza se inclinó
dramáticamente hacia un costado. Toda la energía que había sido acumulada por
el ritual de la anciana se liberó, haciendo que el aire la expulsara hacia adelante
y saliera despedida golpeándose en la cabeza contra un árbol.
Al instante quedó inmóvil e inconsciente.
El
frío la hizo reaccionar. Ya había amanecido y sentía todo el cuerpo adolorido.
Pero nada se comparaba con el dolor de su cara y de la cabeza. Sentía como si
le estuvieran taladrando por dentro.
Alcanzó a ver que ya comenzaba a amanecer con
los primeros halos de luz del sol, aun y cuando se encontraba a muchos metros
de distancia de los árboles que cercaban el bosque. Espaldas a ella se
encontraba una carretera, se escuchaba el pasar de los carros a velocidad
moderada, los escuchó más cerca incluso que la salida al sitio donde se
encontraba la noche anterior. Prefirió salir por el lado de la carretera, no
quería ver los cuerpos de Adrián y Manuel colgados ni los otros cuerpos
enterrados, ni el cuerpo de Ivette mutilado. Solamente quería pedir ayuda,
salir de ese maldito bosque y encontrar ayuda. Hablar a su familia, llamar a
las autoridades y que pasara lo que tendría que pasar.
Por un momento alcanzó a ver a alguien que se
movía entre los árboles. Era ella; el espíritu.
Se paró a unos cuantos metros de ella, la miró
con sus ojos vacíos y asintió en señal de agradecimiento.
Sonia, con desdén, asintió también y comenzó a
avanzar, tambaleante, hacia la parte del bosque que conducía a la carretera.
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