Encuéntrame en el bosque
El viaje se había programado algunos meses
antes. Era un viaje en parejas y todo deparaba a ser una especie de luna de
miel anticipada para Manuel y Sonia, quienes en unos meses, contraerían nupcias.
Manuel era recién egresado de la Universidad del Estado y Sonia era enfermera
en el hospital de la región, con veinticinco y veinticuatro años,
respectivamente. A decir verdad eran la única pareja, de las dos que iban a esa
excursión, que parecían quererse de verdad, pues Adrián e Ivette se encontraban
en una etapa donde no les convenía tener nada formal. Ivette pensaba que Adrián
era simplemente un tipo atractivo y que había sido una gran elección haberse
acostado con él el día en el que se conocieron. Adrián pensaba que lo de él e
Ivette simplemente no duraría, que sería algo pasajero en lo que a los dos se
les quitaban las ganas. Sabía que lo que sentían ambos era simplemente
atracción, de esas que no trascienden en ningún sentido, lo único importante
era el valor emotivo y sexual que la relación le proporcionaba a ambos.
Sonia y
Manuel, por su parte, habían encontrado algo más sutil al paso de los dos años
de relación y era precisamente eso lo que los había llevado ahora a tener la
certeza de que eran el uno para el otro. En cambio con Adrián e Ivette todo era
más ligero, no había un compromiso, simplemente se veían cuando querían y
hacían lo que les gustaba.
Manuel y
Adrián se habían conocido en los últimos meses de la carrera, habían logrado
coincidir en muchas cosas y se habían hecho muy buenos amigos. Manuel había
presentado a Ivette y a Adrián, pensando en que eran tal para cual, pensando en
que dos de sus mejores amigos podían llevarse bien y tener una relación.
Fueron Ivette
y Adrián los que sugirieron el viaje. Habían dicho que les caería bien ir a un
lugar donde apreciar la naturaleza. Y entonces surgió el nombre de las lagunas de
Zempoala, en Morelos, un lugar asombroso, contrastante en todos los sentidos.
Sonia, al ver
el lugar, quedo asombrada, en primera instancia, Manuel tuvo que moverla por
los hombros para reanimarla y continuar el camino hacia un lugar donde pudieran
acampar a orillas de una de las lagunas.
— ¡Es un lugar
sorprendente! —dijo mientras miraba a su alrededor.
Manuel
asintió.
—Y espera a
que lo veas de noche.
Las palabras
de Adrián motivaron a Sonia.
Ivette iba
caminando con una sonrisa en los labios. Parecía burlarse de la ingenuidad de
Sonia, que, en ocasiones le hacía sentir un poco de molestia.
No habían
conseguido alguna cabaña que estuviera disponible. Las que estaban más próximas,
se encontraban en remodelación. Un empleado del sitio en el que se detuvieron a
comer les dijo que una excursión se veía mejor desde el exterior de las cabañas.
Que el cielo era fantástico de noche y que tenían que dormir viéndolo, que sólo
así valdría la pena haber hecho el viaje. Este comentario había despertado el
interés de todos, a excepción de Adrián, quien tenía planes para con Ivette
para esa noche. Evidentemente todos se dieron cuenta del gesto de molestia que
había puesto.
Llegaron a un
lugar que se encontraba a orillas de una laguna, dejaron sus cosas y todos se
acostaron. Era una zona desprovista de gente, eran los únicos que se encontraban
en esa zona del bosque, por lo menos en un kilómetro a la redonda.
Ivette se
quedó parada mirando algo en el montón de pinos y oyameles que cercaban la zona
en la que se encontraban.
— ¿Qué tienes?
—le preguntó Adrián al mismo tiempo que la tomaba por los hombros— ¿Qué hay
ahí?
Ivette miró a
Adrián y perdió de vista el punto donde antes miraba.
—Me pareció
ver a alguien entre aquella barreta de pinos —señaló con la mano.
—¿A alguien?
Estamos aquí solamente los cuatro —Adrián la tomó por la cintura.
Sonia alcanzó
a escuchar la conversación entre Ivette y Adrián.
—Posiblemente
alguien que está en una caminata —sugirió.
—Es probable
—contestó Ivette con desgana.
Las cosas
entre ellas no iban bien. Bueno, nunca habían ido bien. Nunca se habían caído
bien. Simplemente se toleraban por llevar las cosas bien con Manuel y Adrián.
Manuel se
acercó a Adrián y le dio un golpe con la palma de la mano en la cabeza,
inmediatamente se echó a correr detrás de él.
—O
posiblemente se trate de un fantasma —dijo sonriendo Manuel.
Adrián salió
corriendo detrás de él.
Ivette y Sonia
se les quedaron viendo.
—Parecen niños
¿verdad? —Dijo Sonia— siempre que están cerca el uno del otro, se comportan
como si fueran niños.
Ivette parecía
no haber escuchado el comentario de Sonia. A continuación se giró, y le dedicó
una mirada a Sonia, con lo que le anunciaba que trataría de llevar bien las
cosas.
Sonia se quedó
viendo cómo se retiraba y la dejaba con la conversación en el aire. No sabía
por qué Ivette era así con ella, aunque muchas veces se le había metido en la
cabeza de que ella tenía un cierto recelo a la relación que llevaba con Manuel.
Había algo en ella que le hacía sentir incomodidad cada vez que se expresaba de
Manuel. Había un ligero ápice de celo por parte de Ivette hacia Manuel cada vez
que se encontraban los tres juntos en un mismo lugar. Sonia había estado de
acuerdo en que Manuel presentara a Ivette y Adrián, tenía la vaga idea de que
con una relación de noviazgo ella le quitaría el ojo de encima a Manuel. Pero
no había pasado exactamente eso; si bien Ivette había tomado cierta distancia
por la presencia de Adrián, sus comentarios se habían vuelto más incisivos.
Era cerca de
medio día y Sonia había aprovechado el tiempo en el que Manuel y Adrián se
mantenían ocupados paseando en los caballos para sentarse a leer bajo la sombra
de un árbol. El clima era excelente. Templado. El aire pegaba en sus manos como
un fino y fresco soplido. El ver todo al su alrededor sumido en una abundante
calma le hizo sentir una gran comodidad. Se soltó el cabello y dejó que se
moviera con la ondulación que le profería el viento. La relajación la hizo que
se recargara en el árbol y se sumiera en un profundo sueño. Pronto todo su
cuerpo se encontraba tendido. Se acurrucó en posición fetal.
Su cuerpo
estaba tan cansado que simplemente escuchaba el sonido del aire al chocar
contra su cuerpo y los sonidos del agua y uno que otro niño que gritaba a lo
lejos. La lejanía de los sonidos era algo que suele ser un aliciente para la
relajación.
Escuchó el
crujir de unas ramas a una reducida distancia de donde se encontraba. Pensó que
sería Manuel y Adrián que habían regresado de su paseo a caballo. Escuchó con
atención sin abrir los ojos y se dio cuenta de que estaba en un error; eran
solo un par de pies los que se acercaban, no dos. Pensó que se trataba de
Ivette. Esa chica siempre buscaba estar presente en donde no le llamaban. Hizo
caso omiso de su presencia y siguió con los ojos cerrados, esperando que un
sueño la absorbiera. Escuchó avanzar los pasos y detenerse a una corta
distancia, prácticamente a algunos palmos de donde ella estaba. Sonia se sintió
desconcertada. Los pasos se habían detenido.
Quiso mover el
cuerpo, pero sintió como si una mano la estuviera sometiendo por la nuca.
Sintió que era una extremidad fría como un cubo de hielo. Trato de gritar, pero
replegada contra el suelo le fue imposible. Sólo pudo proferir unos gritos
ahogados que se perdieron en el espacio abierto que la rodeaba. Escuchó cómo
las ramas crujían anunciando el movimiento de su agresor. Lo que escuchó la
dejó tan sorprendida como asustada:
«—Mi cadáver
se encuentra en medio del bosque. Encuéntrame.»
La voz
hilvanaba juventud. Atormentada, Sonia se levantó en un solo movimiento. Se
sentó en el pasto húmedo. Parecía haber recibido una descarga de adrenalina. Al
ver que nadie se encontraba a su alrededor, su respiración se transformó en una
inquietud incontrolable. Claramente había sentido el peso de algo oprimiéndole
la nuca. Estaba espantada. Sus manos se empezaron a desesperar y a mostrar su
nerviosismo. Tenía ganas de gritar, de salir corriendo. Pero si lo hacía, sin
tener pruebas de lo sucedido, la tirarían de loca. Se fue levantando
apretujando el libro contra su pecho, como si éste la fuera a defender de
cualquier cosa que la estuviera acechando. Tragó saliva y se levantó por
completo y miró a su alrededor. Confundida, dirigió su vista hacia la orilla de
la laguna. Ahí, mirando el agua, se encontraba Ivette sosteniendo una expresión
ajena, absorta en sus propios pensamientos.
Un súbito
arrebato de rabia le azotó en medio del pecho al pensar que Ivette pudo haber
sido. Ivette era la única de los que iban a acampar que tenía algo en contra de
ella. Seguramente ella tenía algo que ver con lo que le había pasado. Frunció
el ceño y comenzó a avanzar enfurecida hacia Ivette.
— ¿Qué es lo
que te sucede? —Reclamó al llegar con ella— ¿Cuál es tu problema? ¿Te has
esmerado tanto en joderme la vida que ahora quieres matarme de un susto?
— ¿De qué
hablas? —dijo Ivette confundida.
—Ya te dije.
No te hagas. Bien sabes de lo que estoy hablando —siguió reclamando—. No sé qué
es lo que te pasa, pero déjame decirte que desde que he ando con Manuel siempre
has querido meterte entre los dos ¿Crees que no me doy cuenta?
Ivette mantenía
una expresión de confusión. La miró de arriba abajo y negó irónicamente con la
cabeza. Sonia advirtió que le estaba diciendo loca sin mencionar ni una sola
palabra.
—No sé de lo
que estás hablando. Aunque sí te doy en algo la razón —puntualizó Ivette—. No
has logrado caerme bien. No creo que seas la mujer idónea para Manuel. Sin
embargo tengo que aceptarte por él. Pero para serte sincera, no te tolero.
Las palabras
de Ivette le cayeron como una bofetada. La silenciaron por completo. Incluso,
la vio retirarse sin tener la más remota intención de detenerla.
Al recapitular
todo lo ocurrido, recordó el gesto de Ivette ante su reclamo, como si ella no
hubiese tenido nada que ver con lo que le paso, incluso pudo ver confusión en
su mirada. Inminentemente, Ivette tenía muchas cosas para reclamarle por el
simple hecho de caerse mal mutuamente, pero, en definitiva, no tenía nada que
ver con lo ocurrido. Al menos, eso era lo que aparentaba.
Rememoró el
tono de voz que había escuchado. Notablemente esa voz no encajaba con el timbre
de voz de Ivette. Había sonado muy juvenil.
«—Mi cadáver
se encuentra en medio del bosque. Encuéntrame.»
¿Quién habría
sido?
Por un momento
se instó a pensar que había sido algo simulado por su imaginación, que todo
había sido una alucinación procedente de su sueño. Pero lo había escuchado tan
nítido que al sobreponer lo que escuchó con lo que veía a su alrededor, nada
encajaba. Volteó desconcertada a ver a su alrededor. Sintió una leve comezón en
la nuca, cerca de donde había tenido la sensación de que la había sujetando.
Cuando su mano regresó a su campo de visión se percató que una mancha rojiza se
barría por la palma de su mano. Esto la hizo estremecerse y regresar al punto
donde se encontraba en aquel momento. Caminó hacia ahí con una sensación
amenazadora. Tenía la esperanza de que su sangre estuviera manchando alguna
parte del árbol o alguna rama del suelo, para poder definir que había sido un
rasguño y no un reflejo materializado de lo que creía haber soñado.
El suelo
estaba limpio, desprovisto de toda mancha sanguinolenta. No había ningún
indicio de rasguños o movimientos bruscos, más que el que había marcado su
silueta en el pasto.
Caminó a prisa
hasta donde se encontraban sus cosas. Extrajo de una bolsa un espejo. No
alcanzaba a ver la herida de dónde provenía la sangre, sólo alcanzaba a ver la
mancha roja que se plasmaba en su cuello. Sacó de su bolsillo su celular y contrapuso
el espejo de frente a la pantalla del celular para poder alcanzar a ver la
parte del cuello donde tenía la herida. Sentía el ardor que le producía el aire
al contacto con la carne. Se sorprendió demasiado, tanto que se instó a volver
a ver la herida. Era muy grande, no tan profunda, pero sí parecía un corte fino
producido por algún punzocortante. Volvió su celular al bolsillo del pantalón y
tocó la orilla de la herida. Un dolor instantáneo le llegó de repente y le hizo
dimitir de sus intentos de palpar más allá.
— ¿Qué ocurre?
—Escuchó la voz de Manuel a unos metros de ella.
Volteó a
verlo, trató de disimular su dolor pero un hilo de sangre le comenzó a correr
por el cuello.
—Nada, estaba
buscando unas cosas —terminó diciendo, preocupada porque Manuel no le viera ni
la herida ni la sangre.
—Sonia ¿Por
qué te escurre sangre de la nuca? —Manuel hizo el intento de tocarle el cuello.
— ¿De la nuca?
—Dijo esquivando la mano de Manuel—. No sé. Posiblemente me he de haber
rasguñado.
Sonia tomó sus
cosas y comenzó a caminar, nerviosa, en la dirección contraria en la que se
encontraba Manuel. Éste último la siguió.
En ese mismo
instante Adrián corrió a abrazar por la cintura y levantar a Ivette, quien, a
su vez le sonrió burlonamente a Sonia. Sonia la vio hacerlo y decidió ignorar
lo que hacía. No pretendía acceder a sus provocaciones. Manuel le dio alcance a
unos metros.
—Nada.
—He visto que
han tenido algunas diferencias entre ustedes dos —dijo Manuel refiriéndose a
ella y a Ivette—, y quiero saber qué es lo que pasa.
— ¿Hasta ahora
te das cuenta?
Manuel se
encogió de hombros.
—Los problemas
están ahí desde que la conozco, más bien desde que decidiste presentarnos. Pero
eso no es lo que me importa en estos momentos.
—Entonces ¿Qué
es lo que pasa?
Sonia se tomó
un respiro y miró a la laguna que estaba enfrente de ella.
—He tomado un
descanso, recuerdo que cerré los ojos simplemente para descansar un poco, pero
no dormir… estoy segura que no lo hice. Pero después de un rato que pasé así, a
la sombra de aquél árbol —señaló la sombra del árbol en el que se había
tendido—, sentí algo que me tomaba por el cuello y me empujaba hacia abajo. Fue
algo espantoso.
Manuel la
abrazó al ver que unas lágrimas se desbordaban de sus ojos.
—No te
preocupes. Ya estoy aquí —dijo, incrédulo de lo que le estaba contando su joven
novia—, seguramente fue parte del sueño en el que te empezabas a sumir y al
levantarte, de un solo movimiento, te rasguñaste con alguna rama —al decir
esto, Manuel ya se estaba fijando en la nuca de Sonia.
—No —meneó la
cabeza Sonia—. Sentí una mano empujándome hacia abajo con tanta fuerza que
parecía querer matarme —por un momento pensó que sería mejor guardarse para sí
misma la continuación de la historia, pero cuando lo estaba pensando, ya lo
estaba diciendo—, y, al final, sólo escuché una voz diciéndome que su cadáver
se encontraba en el bosque, que lo fuera a encontrar.
Sonia se
hundió en el pecho de Manuel.
—Ya —le
susurró—, fue un mal sueño.
Sonia se quitó
de los brazos de Manuel.
—No fue un
sueño —reclamó—. Fue real. Tan real como que te estoy viendo.
Manuel puso
cara de enfado.
—Sonia, por
favor. Sólo has de haber tenido tanto cansancio… que tu sueño te jugó una mala
pasada.
Sonia meneó la
cabeza en señal de una negación rotunda.
—Dime una cosa
—habló Manuel—; ¿y viste alguien cuando despertaste? Porque si no fue un sueño,
debiste de despertar de inmediato al momento en que la mano te soltara, debiste
de haber visto a alguien. ¿Viste quién te hizo eso?
—No.
—No creo que
alguien tenga la velocidad para poder desaparecer en una centésima de segundo
—suspiró—. Mira, vamos a darnos el tiempo para pensar en lo ocurrido, pero será
en otra ocasión, por el momento vamos a disfrutar de la tranquilidad que
proyecta este lugar; es fascinante.
No muy
convencida, Sonia aceptó. Pensó que no quería estar de malas y arruinarles el
día a todos. Simplemente estarían dos días ahí ¿Qué malo podría pasar?
El sol se estaba ocultando entre los pinos
que flanqueaban el horizonte nuboso de aquel lugar. Nadie se había percatado,
pero, si se miraba con atención, se podía observar como si el sol, en sus
últimos destellos, bañara de un color rojizo el horizonte, como si quisiera dar
a entender que nunca moriría, y que esa oscuridad que ahora desterraba su reino,
pronto se vería obligada a abandonar lo que él resguardaba con tanto recelo
desde mucho tiempo atrás.
Sonia se
encontraba sumida en un pensamiento que le giraba en la cabeza, y, a menudo,
giraba su vista a ver el bosque que se encontraba a su izquierda. Parecía
llamarle como un susurro decadente, casi sin fuerza, como si la voz que la
estuviese llamado estuviera moribunda, seca, vacía. No quería seguir escuchando
aquel susurro constante. Pero era inútil. Aquella voz se había mimetizado con
su mente. También, si decía lo que le estaba sucediendo, todos la tacharían de
loca. No quería eso. Ya tenía suficiente con la humillante sensación que sentía
por lo que le había hecho sentir Ivette. Manuel le había dicho, en algún
momento de su relación, que ella, en muchas ocasiones, era una persona
determinante y, hasta cierto punto, peligrosa; que a la gente le convenía
tenerla de aliada que de enemiga.
Manuel estaba
a su lado hablando de lo que harían al regresar de su viaje. Pero Sonia no le
hacía caso.
— ¿Qué opinas?
—le preguntó.
Sonia sacudió
la cabeza al escuchar a Manuel terminar la frase.
— ¿Eh? Ah, sí.
Muy bien —dijo sin saber a qué respondía.
Manuel se rió
al percatarse de que no había escuchado nada de lo que le había dicho.
—Bueno
¿quieres ir a cabalgar un rato? Hay que tratar de aprovechar el tiempo que
reste de luz —sugirió Manuel.
Sonia accedió
moviendo la cabeza afirmativamente.
Se dirigieron
hacia un nativo del lugar que rentaba caballos. Tomaron dos y se alejaron hacia
donde empezaba el bosque. Rondaron por el bosque sin decirse nada. Poco a poco,
los estaba rodeando la noche y la visión se les dificultaba. Ambos utilizaron
las linternas de sus celulares para poder alumbrarse el camino. Los equinos se
mostraban inseguros en medio de la oscuridad, por eso andaban con mucha
precaución al pisar la tierra, entre los árboles.
—Deberíamos
regresar —insinuó Manuel.
—Espera —Sonia
detuvo su caballo. Descendió de él y dio unos pasos hacia la imperiosa oscuridad
del bosque.
— ¿Qué haces?
—preguntó Manuel.
Ella lo
ignoró, siguió caminando. Manuel descendió también de su caballo. Ella se
estaba alejando.
—Sonia ¿Adónde
te diriges?
—Espera —por
fin había recibido respuesta. Extendió la mano sin dedicarle una mirada, en
señal de indicación para que no se moviera.
Manuel sintió
un cosquilleo en los antebrazos. El ver a su prometida sumirse en la oscuridad
había sido un miedo que llevaba encarnado en su mente desde hacía mucho tiempo;
había sido un sueño muy escabroso en donde él sólo fungía como un observador.
Nunca se lo había confesado a Sonia, pero ese era un miedo latente. Manuel
había recibido esa imagen de su novia yendo hacia la luz como si fuera un déjà
vu. Trató
de mantener la calma mientras un frío abrazador le subía por las piernas. Tuvo la
mirada helada y fija hacia Sonia.
Sonia comenzó a escuchar la voz más nítida, era
como si a cada paso la voz se limpiara de todos los sonidos que eran proferidos
por el bosque.
«—Estas cerca—la voz era trémula.»
Manuel siguió con precaución los pasos de
Sonia. Ella se detuvo súbitamente ante un pino enorme. Al fondo, más allá de su
cuerpo se iba difuminando una luz. Se hacía cada vez más débil.
Sonia dirigió su mirada hacia arriba, hacia las
ramas. Impresionada, se derribó en la tierra húmeda soltando el celular que
tenía en la mano. El dispositivo telefónico cayó a unos metros haciendo que el
halo de luz girara sin control, posteriormente el aparato fue a dar contra una
roca y terminó por apagarse. Estaba segura de haber visto unos pies suspendidos
en la oscuridad de las ramas del pino, como si alguien estuviera colgando. Lo
más próximo que su imaginación se atrevió a reproducir que fue la imagen de un
cuerpo ahorcado. Pero lo repentino en que sucedió todo no le dio mucho por
entender. Sorprendida, retrocedió tumbada en el suelo y recogió su celular.
Manuel la vio caer y corrió hacia ella.
—Sonia ¿Qué ocurrió?
Observó la cara de su futura esposa y precisó
que nunca había visto nada similar en ella. Ella no era espantadiza. Nunca
había actuado de esa manera. Ahora su comportamiento, y todo lo que él
consideraba de ella, estaba tambaleándose.
La recogió en brazos y la pegó a su pecho.
Ella sollozaba. Observaba, tambaleante, las
ramas del árbol.
— ¿Qué pasa? ¿Qué hay allá arriba?
—Me pareció ver a alguien. Alguien estaba allá
arriba; suspendido en las ramas. Colgado.
Manuel se asomó, enfocó la luz de su celular
hacia la oscuridad. No vio nada.
De pronto, la luz de su celular comenzó a
parpadear. Se le estaba acabando la batería. Se precipitó a ver el angosto
vacío que se precipitaba hacia ellos.
Tan pronto se dieron cuenta, la oscuridad los
había engullido. Solamente veían, a sus espaldas, la luz remota que proyectaba
la luz de la luna reflejada en la laguna. Es entonces cuando se dieron cuenta
que no se encontraban solos. Unos ojos matizados en color rojo los observaban.
Parecía alguien que estuviera en cuclillas, observándolos con sus luminiscentes
ojos. Los caballos relincharon y echaron a correr. Manuel retrocedió al ver
esto. No quiso dejar a Sonia ahí, por lo que la apretó con ambos brazos y la
pegó a su cuerpo. Ambos escucharon un ronroneo, no el de un gato, sino el de un
animal más grande, era más bien un gruñido. Rápidamente sus fosas nasales se
les llenaron de humedad y sintieron la mirada apresadora de aquellos ojos que
los miraba con tanto detenimiento. Fueron retrocediendo, poco a poco. Sabían
que sí aquello los perseguía, estaban perdidos. Debían de ser sumamente cautelosos.
Los ojos, en medio de la oscuridad, parecieron
alzarse y doblar su estatura, como si en vez de tratarse de un animal a cuatro
patas, se tratara de una persona. Los ojos se agitaron en la oscuridad por los
cual se espantaron y tuvieron la intensión de correr despavoridos. Se frenaron
al ver que aquello que los observaba no había hecho más que amagarlos. En un
segundo intento Sonia se posicionó atrás de Manuel quien retrocedía inseguro en
la oscuridad. Manuel estaba pisando sin mucha cautela, levantó demasiado el pie
para retroceder que no se dio cuenta de la rama que se situaba a un palmo de su
pie. Su cuerpo se precipitó hacia atrás y chocó con el de Sonia. Los dos
cayeron al suelo y perdieron de vista a los ojos furibundos. Tanto fue su susto
cuando lo vieron, ahora más cerca de ellos, que se sobresaltaron y salieron
corriendo con dirección a las pocas luces que se emplazaban cerca de la salida
de los pinos. Ya no importaba nada, puesto que escuchaban el gimoteo y las
pesadas pisadas de aquella cosa detrás de ellos, persiguiéndolos. Sonia estuvo a
punto de caer si no es porque estaba sosteniendo fuertemente la mano de Manuel.
Manuel se aferró a ella y la jaló sin pensar que su fuerza era desmedida y le
había producido un fuerte dolor a Sonia. Ésta gritó con todas sus fuerzas.
El
quejido se escuchó varios metros a la redonda, incluso fuera del alcance del
espeso bosque. Adrián e Ivette alcanzaron a escuchar un alarido proveniente del
bosque. Estaban metidos en una bolsa de dormir, desnudos y dentro de una casa
de campaña. Ambos frenaron sus movimientos sexuales cuando un grito estridente
les llegó como un choque eléctrico a sus oídos. Ivette se alertó y trató de
calmar sus jadeos.
— ¿Qué ha sido eso? —preguntó.
Adrián, confundido, negó con la cabeza.
—No sé, pero parece haber sido alguien
gritando.
—Asómate a ver —le ordenó ella.
Adrián medio se puso los pantalones y abrió el
cierre de la casa de campaña y asomó la cabeza. No vio nada raro. Observó que
las cosas de Sonia y Manuel seguían donde las habían dejado ellos. Era
preocupante que ellos no hubieran regresado aún. No eran una pareja que
acostumbra divertirse mucho.
El frío del exterior le caló en los huesos. Se
le vino una marea de incomodidad al escuchar un alarido de auxilio
extendiéndose por el bosque. Entonces, salió, y aún sin playera, comenzó a
correr hacia donde empezaba el bosque.
Manuel
trataba de no soltarle la mano a Sonia. Él se encontraba corriendo al frente.
Aún les faltaban algunos metros, posiblemente cincuenta o sesenta metros, para
salir del bosque. Pero apretaba la mano de Sonia como si fuera la última vez que
la fuera a tocar. En su mente no había otra cosa más que la idea de la
supervivencia y la de su futura esposa.
Sonia se arrepintió de no ser adepta del
deporte, en su vida había corrido tanto como en esa ocasión.
Era esbelta, sí, pero su complexión atendía más
a una cuestión genética que a una su dieta alimenticia.
Al escuchar las pesadas zancadas de lo que los
iba persiguiendo, además de que el corazón se le quería salir del pecho, sentía
que su cuerpo estaba sudando por doquier. Tenía lágrimas en los ojos por la
impresión de lo que había visto. Llegó a pensar que no estaba corriendo
voluntariamente, sino que sus piernas habían tomado vida propia para salvar su
vida. Pasaron cerca de diez metros y giró la vista hacia atrás. Trató de darle
toda su confianza a Manuel, quien estaba dirigiendo la huida y volteó a ver si
veía algo gracias a que la luz de la luna comenzaba a abrirse pasos entre los
troncos de los árboles. Pero no alcanzó a ver nada. Parecía que estaban
corriendo de algo invisible. La voz de Manuel la distrajo:
—Sigue corriendo; ya casi llegamos.
Al regresar la mirada hacia enfrente, ahí justo
delante de unos árboles precisó, primero, la silueta que parecía aguardar
paciente a ellos, pero aquella imagen ni siquiera se inmuto por lo que estaban
haciendo; siguió plantada en su sitio, sin moverse. Pero, conforme iban
avanzando, Sonia vio que el rostro de esa mujer presentaba una serie de
moretones que le hacían casi indefinible los rasgos de la cara. La vio de
cuerpo completo y divisó que sus ropas parecían la de una estudiante, sólo que
sucias, roídas y rasgadas. Absorbida por la confusión, no supo precisar si
aquella imagen que acaba de ver tenía pies, no los vio, y eso fue lo que le
hizo sentir un susto todavía más enorme. Su impresión fue tal que la hizo
gritar como si le estuvieran perforando el estómago. Esto hizo que Manuel
acelerara los últimos metros que les restaban y que la jalara con todas las
fuerzas que le quedaban.
Siguieron corriendo unos cuantos metros más
hasta escuchar la voz de Adrián:
—¿Qué les sucede?
Manuel no le hizo caso. Pero Adrián tenía una
mejor perspectiva de lo que venía detrás de ellos. Sonia percibió que el rostro
de Adrián se encontraba gobernado por una fuerte impresión. Les abrió paso,
mientras tomaba un tronco y se perfiló para asestarle un fuerte golpe. Se
mordió los labios e hizo un swing completo haciendo que el tronco cortara el
aire con un zumbido. El golpe se escuchó hueco, como si el golpe hubiera
asestado en alguna masa ósea.
Lo primero que pudieron hacer Sonia y Manuel,
al escuchar el golpe, fue derrumbarse en el suelo húmedo. No habían terminado
de caer cuando escucharon un chillido de dolor animal, como de un perro, y un
quejido de dolor humano.
Manuel cayó al piso y, de inmediato, se giró y
vio que Adrián se encontraba forcejeando con algo. La poca luz que emitía la
luna no le dejaba ver con precisión.
—¡Ayúdame! —gruñó Adrián.
Para cuando Manuel se levantó, la escena dejó
ver un animal peludo, enorme. Una especie de lobo enfurecido que moría por
arrancarle el brazo a Adrián.
Manuel se acercó de dos zancadas y se puso por
encima del animal. Al sentir su pelaje percibió el olor fétido que desprendía
éste. Terminó por tomarlo de sus fauces y jalar hacia arriba. Se había
percatado de que sí lo jalaba del cuerpo o de la cabeza, terminaría por rasgar
la piel de Adrián. Jaló con todas sus fuerzas. Sus manos se llenaron de una
saliva espesa que le cubrió de inmediato las manos. Fue entonces cuando vio los
ojos de aquel animal. Eran rojos como el fuego. Parecía que había una luz
rojiza proyectándose desde el interior.
Manuel consiguió separar las mandíbulas de
aquel lobo por un momento y Adrián zafó su brazo. Entonces, Sonia, quien se
había apoderado con el tronco con el que le había pegado Adrián a aquella
bestia, le propinó otro golpe, pero ahora entre el cuello y la mandíbula
inferior. Esto hizo que el lobo se encogiera y se quejara con un sonido gutural.
Le había dolido y se largó tosiendo.
Adrián se encontraba tirado en el suelo,
sosteniéndose el brazo por el dolor. Aquel animal le había clavado los
colmillos y le escurría sangre por el antebrazo.
—Ayúdame a levantarlo —le urgió Manuel a Sonia.
Ella asintió. Juntos lo levantaron y lo
llevaron hasta el lugar donde pensaban acampar.
—¿Qué sucedió? —dijo con un chillido Ivette.
Sonia se había ido directamente a sus
pertenencias. Fue a tomar una pequeña botella de alcohol y una blusa de
algodón. Regresó y, sin previo aviso, mojó a Adrián con el alcohol. Su piel se deslavó
de saliva y restos de tierra y sangre. El dolor era evidente en el rostro de
Adrián quien se echó hacia atrás en una contorción de dolor.
La luz de la luna, a duras penas, dejaba ver lo
que estaba sucediendo. Pero cualquiera se podía dar cuenta, por los dolientes
alaridos de Adrián, de lo que estaba pasando.
Sonia limpió bien la herida, no sin antes darle
su blusa para que la mordiera. Ivette le ofreció la playera de Adrián para
realizarle un vendaje improvisado.
Después
de los excesivos reclamos por parte de Ivette, Sonia buscó concentrarse y
recapitular lo que había pasado. «Los pies. Los gruñidos. Los ojos. La tensión
de la que era víctima. Su huida. ¡La chica observándome con un rostro apenas
visible!». Recordó su rostro y la hizo estremecer. Se sintió inquieta.
Habían querido ir buscar ayuda, pero nadie se
veía en los alrededores. No traían coche como para salir de aquel lugar en
medio del bosque. Pensaron en llevar a Adrián a urgencias. Pero nadie, en su
sano juicio, se detendría para darles subirlos y llevarlos sin pensar raro de
ellos y la herida evidente de Adrián.
Sonia les recomendó que se quedaran ahí, que
era mejor aguardar unas cuantas horas a que amaneciera y que pudieran salir de
ahí en transporte. Adrián apoyó lo dicho por Sonia y precisó que trataría de
soportar el dolor. Fue cuestión de tiempo para que Adrián terminara dormido al
igual que Ivette.
Sonia y Manuel decidieron armar su casa de
campaña y dejar el tema atrás momentáneamente. Manuel fue el primero en quedar
dormido. Pero Sonia no podía conciliar el sueño. Así que encendió una lámpara
de baterías y continuó leyendo su libro.
Sabía que era un mal ejercicio leer para provocar el sueño, pero en esa ocasión
le urgía distraer su mente. Y qué mejor distracción para la mente que la
lectura.
Un silbido en la cremallera de la casa de
campaña le impedía conciliar su atención Se levantó con la intención de hacer
algo con ese sonido. Pero unos pasos en el exterior la distrajeron. Las ramitas
tronaban rítmicamente.
Indudablemente eran pasos. ¿Pero de quién?
Manuel tenía el sueño demasiado pesado. En
ocasiones, no despertaba por ninguna razón, hasta el siguiente día en que la
luz del sol le pegara directamente en la cara. Lo movió un poco, pero sus
intentos resultaron en lo que esperaba. Los pasos se escuchaban desde su lado
derecho. Ella estaba acostada dando sus pies hacia donde se encontraba la
cremallera de la tienda. Los pasos seguían lentamente en dirección a la entrada
de la tienda. Encogió su cuerpo y lo pegó a su pecho. Trató de aminorar su
respiración. Entonces, los pasos cesaron. Si alguien estaba allí afuera,
entonces estaba situado justamente enfrente de la tienda de campaña. Sintió
nerviosismo al ver una silueta difuminada a través de la tela, parada como si
sólo la estuviera viendo.
Volvió a mover a Manuel. Éste solamente se
quejó y se movió con incomodidad.
A continuación la silueta se comenzó a mover
hacia la izquierda. Sonia la siguió con los ojos hasta el punto de perderla. Se
armó de valor al pensar que pudo haber sido Ivette quien deambulaba por allí.
Abrió el cierre de la casa y asomó su cara. El aire frío le golpeo la cara. Se
apeó por completo. Se calzó los pies y se enderezó. Procuró no hacer mayor
ruido y cerró la cremallera. Miró a su alrededor y notó que su que la otra casa
de campaña estaba cerrada. No había ningún movimiento o luz en su interior.
Volvió a desviar la mirada hacia la laguna. Todo estaba en completa calma. Pero
ella estaba muy nerviosa. Miraba a sus costados tratando de ver algo entre la
oscuridad, algo que ni ella sabía qué era. El agua de la laguna se movía con
una cadencia pasiva, de una forma muy distinta al interior de su pecho. Incluso
se escuchaba el grillar en medio del bosque. Trató de tranquilizarse y se frotó
la cara con la intención de hacerlo. Cerró los ojos y meneó la cabeza. «Esto no
puede estar pasándome».
Cuando quitó sus manos de su cara, nítidamente
vio una figura femenina, de falda hasta las rodillas, con una blusa blanca,
roída y mugrosa, indicándole que se acercara. Perfectamente Sonia percibió que
sus miradas se encontraron y le invadió una tensión que le heló hasta los
huesos. Sintió una parálisis en todo su cuerpo y tragó saliva como si tuviera
una bola de pelusa en la garganta.
La curiosidad mató al gato. Pero, aun así se
acercó. La mujer giró su cuerpo para ponerse enfrente los árboles que bordeaban
el bosque. Comenzó a caminar hacia ellos y hacia la oscuridad azulada.
Sonia tuvo una sensación de cobardía y pensó
que era mejor quedarse quieta. Pero siempre había sido una mujer muy curiosa.
Le gustaba saber todo lo que llamaba su atención, por eso su voluntad no pudo
contra sus principios. Las piernas le temblaban. Sabía que no estaba bien, que
debía regresar sus pasos hasta donde estaban los demás. Pero su curiosidad le
indicaba el camino hacia enfrente.
Cuando casi perdió de vista a la mujer,
apresuró el paso.
Llegó hasta los primeros pinos del bosque y se
preguntó nuevamente si estaba bien seguir lo que estaba haciendo. Sus dudas se
disiparon cuando vio nuevamente, a unos diez metros de ella, la silueta sin
pies de la mujer, sólo que ahora parecía una reproducción anticuada, como si
estuviera siendo hilvanada por un proyector viejo. La silueta volvió a verla
directamente a los ojos y movió la cabeza como si tuviera la intención de mirar
hacia arriba, sólo que los ojos de aquella visón permanecieron fijados en
Sonia. La mujer arcó las cejas, incitándola a mirar hacia arriba. Sonia no pudo
resistirse y, muy despacio, fue subiendo la vista. Alcanzó a ver la oscuridad
absoluta que techaban los pinos con su espeso ramaje.
Sintió una mezcla de náuseas, terror y
estrujamiento, cuando vio que, justamente, por encima de ella, se encontraban
dos par de pies descalzos suspendidos como un péndulo. Sonia se echó hacia
atrás, horrorizada. Abrió la boca y dejó escapar un fuerte grito ahogado. No
les quitó la mirada de encima a los cadáveres de Adrián e Ivette, que estaban
suspendidos mediante una cuerda que les ataba alrededor del cuello.
Continuará…
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